En el mundo de la paternidad, cada etapa es un universo en sí mismo, y el autor Andrés Neuman nos lleva de nuevo de la mano a través de un emotivo libro compuesto por breves capítulos que ocupan apenas una página cada uno.

Tal como hizo en su anterior obra «Umbilical«, donde Neuman retrata el embarazo,  nacimiento y primeros pasos de su hijo en este mundo, esta vez, como si de una segunda parte se tratara, nos invita a presenciar la evolución de su hijo a medida que pasa de balbucear a convertirse en un pequeño hablante, explorando el tiempo a través de sus ojos curiosos y su incansable deseo de comunicarse con el mundo que lo rodea.

Me ha emocionado mucho este libro ya que mi hijo apenas ha cumplido hace nada un año y comienza la etapa de comunicarse, de enseñar al mundo sus pensamientos y decisiones, así que no he podido dejar de sonreír en cada texto impreso, he encontrado un reflejo de mi propia experiencia en lo que describe Neuman.

Es brutalmente conmovedora la conexión que existe entre padre e hijo, una conexión que se fortalece con cada palabra pronunciada y cada momento compartido. Menudo homenaje tan bonito, sobre todo porque se nota que está bien presente en su día a día, momento a momento.

Es un libro que quizás no disfrute por igual todo el público, a mi me ha llenado especialmente porque justo ando en la etapa que Neuman nos presenta y sin duda, me siento identificado.

En resumen, estamos ante un libro donde nos encontraremos lo cotidiano, el maravilloso universo visto desde los ojos de un niño, un recordatorio de que la belleza se encuentra a veces en los momentos más simples de la vida. Muy recomendable sobre todo para aquellos que están atravesando una etapa similar. Me ha encantado sobre todo ver que poco a poco hay más libros sobre paternidad, no suele verse a los padres manifestar lo que sienten por sus hijos tan abiertamente como Andrés Neuman.

90
—¿Cuál ha sido el momento favorito del día?
Me conmueve y me apena tu pregunta. ¿No deberíamos hacerla siempre,
antes de que la luz se apague? ¿Cuándo dejé de hacérmela?
Para ganar un poco más de tiempo, me intereso por el tuyo. Al fin y al
cabo, tú has inventado el juego.
—Mi momento favorito fue comer manzanas con mamá.
Y te quedas mirándome, deseoso de escuchar mi respuesta, convencido
de que existe.
Y tenías razón.
Mi momento del día, el que lo redondea, el que lo salva, fue cuando tú
me hiciste la pregunta que no debo olvidar.